Apuntes de una rookie mom

Mamá de varones

Por qué fui

2016-10-19-20-10-42En mi infancia y adolescencia no supe lo que era el machismo. Crecí en un matriarcado. Mi familia era una de esas en que una mujer es la que le hace frente a cualquier adversidad y logra salir adelante contra viento y marea, por sus propios medios. Mamé eso. Siempre creí que así era la vida.

Tampoco en la escuela estuve expuesta al machismo. ¿Suerte? No lo sé.

Así que no pude darme cuenta algunos años más tarde que no estaba bien tener que pedir permiso para gastar mi propio dinero. Para salir con mi propio auto. Para salir con mis amigos. Para tener amigos.

No sabía que está mal que si a pesar de «no tener permiso», salís, te hostiguen con 30.000 llamados, te revisen el mail, te exijan que vuelvas ya mismo a casa. Tampoco sabía que no era mi culpa. Creía que sí. Que yo pretendía ser demasiado independiente. Que hay que cuidar al marido. Que no hay que hacerlo enojar. Sólo que yo había venido fallada y no lograba comportarme como una señorita bien.

No lograba entender que no es un castigo válido que te dejen varada en un aeropuerto, que literalmente no te dirijan la palabra por 3 semanas, o que muchas veces te hagan bajar de tu propio auto por no aceptar las reglas. Porque era yo la que siempre había tenido problemas para aceptar las reglas.

Creía que era idiota por no dedicar ni 3 minutos por semana a las tareas del hogar. Por no hacer un esfuerzo para aprender a cocinar. Por empezar un posgrado al terminar el grado, y por empezar una especialización al terminar el posgrado, y por empezar una maestría al terminar la especialización. El problema era yo, que tenía intereses inapropiados, o una vida equivocada.

Con los muchos amigos que, gracias a Dios, conservé de esa época, y con los que más tarde recuperé, siento vergüenza. Innegable. Insoslayable. Inevitable.

A los que vieron lo que pasaba, a los que quisieron ayudarme y no los dejé, a los que finalmente lograron ayudarme, les estoy agradecida. Para siempre. Pero también siento vergüenza.

Hasta que algo cambió el 3 de junio de 2015.

En ese momento tuve una epifanía. Hasta ese día creía que había vivido una relación que había fracasado. Y que había fracasado porque yo la había hecho fracasar. Y que por eso no había tenido derecho a reclamar ningún derecho. Y que justamente por eso había merecido volver a empezar literalmente de cero. Con nada.

Ese día de golpe entendí que no. Que el problema no había sido yo. Que había vivido un ambiente hostil, sí. Pero no por mi culpa. Nada de lo que yo haya hecho o dejado de hacer justificaba nada de lo que había vivido.

No había una vez un buen tipo que había encontrado una chica mala y había fracasado en su intento de encaminarla. Había una vez un mal tipo que había querido por todos los medios doblegar a una chica independiente y autosuficiente que lo quería. Había una vez un pusilánime que a cada intento fallido redoblaba la intensidad hasta que la chica dijo basta porque no podía más vivir así.

Ayer fue mi cumpleaños. Cuarenta y uno. Muchos años pasaron de aquella época. Muchas cosas logré y mucho cambié mi vida. Hoy sigo sintiendo vergüenza, pero el 3 de junio del 2015 comencé a entender.

Por eso fui ayer. A pesar de la lluvia, a pesar de que todavía tenía pendiente un compromiso laboral, a pesar de mi cumple, a pesar de que mis hijos estaban en casa esperándome a mí, a pesar de que iba a venir familia a mi casa a festejar mi cumple, y a pesar de que todavía sigo sintiendo que el problema pude haber sido yo.

Fui porque todavía necesito que me sigan demostrando que no.

 

 

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Mamá de varones

No creo en la igualdad. Creo en la equidad.

No me parece que mujeres y varones seamos iguales. Al menos, no para todo, no en todo momento, no en todo contexto ni en todo lugar. Fisiológicamente ya somos distintos, partimos de esa base.

Sí creo que podemos, y debemos, estar al mismo nivel. No es lo mismo, pero es igual, como dice el poeta. ¿Es sutil la diferencia? No creo.

Arranco con esta disgresión semántica porque me parece que si como mamás y papás de varones no nos hacemos cargo de la enorme responsabilidad que debemos afrontar, mal podemos pedir en el afuera que se generen grandes cambios.

El problema de género, y de la profunda violencia que entraña, es cotidiano. Nos atraviesa. A todos. Está instalado en nuestras vidas. Ya dijo hace poco @piquinauta que Todas somos Laura Palmer. No puedo estar más de acuerdo. Yo agrego que eventualmente todas podríamos llegar a ser la mamá del papá de Laura Palmer, de la pareja de Wanda Taddei, del noviecito de Chiara… La lista sigue.

Se trata de un gen cultural que está entre nosotros. La buena noticia es que está en nosotros cambiarlo. La mala es que estamos super atomizados.

Supongamos por un momento que podemos instalar un hashtag y hacer que #NiUnaMenos funcione. Mi enorme duda es qué hacemos en cada una de nuestras casas, puertas adentro, antes de salir a pedir grandilocuentemente que las autoridades hagan algo. ¿Qué hacemos nosotros para revertir esta realidad?

Crecí en un matriarcado. Esto me dio una perspectiva de género bastante poco amenazante. Nunca me sentí en inferioridad de condiciones, a decir verdad. Sí me pasó en otra vida laburando como economista que un jefe me pidiera que le sirva café. U otro que me sugería «hacer ojitos». U otro que opinaba sobre mis atuendos. Y convengamos que esto nunca debió haber sucedido.

Hoy, desde hace muchos años, tengo la suerte de trabajar en ámbitos en que ser mujer o varón es un dato irrelevante. Y sin embargo la maternidad me volvió a mostrar la perspectiva de género. En primer lugar, porque son diferentes las necesidades de unas y otros. Y en segundo lugar porque me di cuenta de lo que pasa en el mercado laboral en edad fértil. Ya hablé sobre el tema en mi anterior post.

Pero otra cosa que me pasó es que pronto vi que como mamá de varones tengo la posibilidad de influir, al menos en mi pequeño mundo. Me puse a pensar en cosas de la vida cotidiana que hacen a la cuestión.

  • ¿Qué recursos les damos a nuestros hijos para enfrentar situaciones violentas? En mi casa la consigna era nunca pegar, pero si te pegan defendete. Pues bien, ahora como mamá estoy en contra de esto. Creo que sería mejor si lograra enseñarles a correrse del conflicto. El desafío es enseñar a usar la palabra como medio para superar los conflictos.
  • ¿Cómo es el balance de «poder» en nuestros hogares? Hagamos valer la democracia. No a las luchas de poder, sean económicas, sean por el reparto de tareas. Creo en la división del trabajo, no es que propongo que todos juntos lavemos los platos. Propongo que sea indistinto quién lo hace.
  • ¿Cómo nos relacionamos con las personas que trabajan con nosotros? Intentemos ser siempre respetuosos del trabajo propio y ajeno. Intentemos que nuestros hijos valoren al otro independientemente del lugar que ocupen. Intentemos no hacer valer nuestras credenciales, sino nuestros valores como personas. El gran desafío es que nuestros hijos perciban la equidad como un valor supremo y transversal. En cuanto a género, en cuanto a contexto socio-económico, en cuanto a origen.
  • ¿Qué cosas decimos delante de nuestros hijos? Muchas veces, casi todo el tiempo, tenemos conversaciones sobre temas «de grandes» y hacemos juicios de valor sin darnos cuenta de que ellos nos miran todo el tiempo. Son esponjas y nos siguen como modelo. No importa si nos estamos dirigiendo o no a ellos. Ellos nos están mirando. Hace unos días Marian y yo estábamos hablando de una persona y yo dije «a mí me parece inteligente. Y las veces que lo traté fue buena onda». Alvarito, que estaba totalmente en otra, levantó la mirada y me dijo «¿quién es inteligente y buena onda, yo mamá?». Cuento esto por no contar las veces que destrozamos a otro con críticas («¿quién es un hijo de p…, mamá?). El desafio es entender que la crítica no lleva a ningún lado, pero mucho menos delante de nuestros hijos.
  • A nuestros hijos varones, ¿les enseñamos valores de macho americano o les mostramos la importancia de registrar las emociones, ponerles nombre y trabajarlas? ¿Los llenamos de mimos y besos o les inculcamos que los hombres no lloran? ¿Les ayudamos a crecer seguros y confiados en sí mismos o les enseñamos que el otro es inferior? ¿Les prohibimos las cosas «de nenas» o los dejamos expresarse con naturalidad? ¿Los ponemos en competencia permanente o respetamos sus tiempos? ¿Qué cosas elogiamos en ellos? ¿Qué conductas fomentamos?

Insisto, no me parece que nenas y nenes sean iguales. No creo que la crianza sea la misma. Pero sí me parece que nuestros hijos varones deberían crecer sabiendo que estamos todos al mismo nivel. Que tenemos los mismos derechos. Y que tener los mismos derechos significa que a veces hay que respetar e incluso resaltar las diferencias. Porque todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros. En eso consiste la equidad.

Espero lograr algo, aunque sea una palabra de todo eso que me propongo. El 3 de junio probablemente vaya, pero el resto del tiempo me siento desafiada por la mirada de mis hijos varones. Porque para que no haya #NiUnaMenos, no debería haber ni uno más. Y eso es lo que tenemos que trabajar.

Aprovecho y comparto algo que me mostraron en estos días. Son los 19 mandamientos de María Montessori. Amé.

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