Todos los caminos me llevaron a él. Recomendaciones cruzadas, críticas literarias, la búsqueda de un regalo de cumpleaños… Tenía que leer este libro. «Just kids» de Patti Smith (traducido como «Éramos unos niños»).
No voy a hablar del libro. Voy a hablar de lo que me pasó con el libro.
Ineludible y automáticamente asocié internamente mis sentimientos con el momento en que leí «A moveable feast» de Ernest Hemingway (traducido como «París era una fiesta»). Leí esta maravilla de Hemingway siendo una adolescente tardía que iniciaba sus trámites de divorcio después de elaborar el duelo, y apenitas iniciando una nueva relación, tan cautivadora e inquietante como eterna. Esta eternidad presente ya lleva 10 años.
Patti Smith me agarra en el medio de mi novatez como mamá, en la cima de la adultez responsable y pequeño burguesa.
Inevitablemente los dos libros me provocaron las mismas reflexiones sobre mí misma. Me considero una persona super apasionada, valoro incansablemente el esfuerzo y el sacrificio, el trabajo duro y la obstinación por lograr metas y objetivos. Pero he de reconocer que nunca pagué precios exorbitantes por alcanzar mis logros: siempre necesité un hogar calentito, un plato de comida, mi cuerpo en perfectas condiciones higiénicas, mi cabello prolijo y mi maquillaje espléndido. Siempre me gustó vestir bien, y de hecho en mi adolescencia de decadente economía familiar sufrí mucho por no poder vestirme como me gustaba. Amo los zapatos (¡obvio!) y me gusta en general cuidar mi apariencia. Nunca estuve por debajo de la línea de flotación (gracias a Dios).
Quiero decir, nunca resigné mis orígenes pequeño burgueses. Hice cambios radicales en mi vida personal, profesional y hasta familiar, pero nunca me permití dejar de lado todas estas cuestiones. Señal de que probablemente nunca fui del todo libre cuando elegí. Nunca voy a saber si soy mejor economista y empresaria que la bailarina que hubiera sido. Estas eran mis pasiones, y ya sabemos hacia dónde se inclinó la balanza.
Y ahora me encuentro en este proyecto de vida que implica darles a mis hijos todo mi amor, todos los valores y todos los recursos para que sean quienes quieran ser. Y recordar estas cuestiones devorando a Patti Smith y rememorando a Hemingway me llevaron a pensar en cómo me hubiera sentido en el lugar de los padres de Ernest, Patti o Robert. Con sus elecciones, sus renuncias, sus luchas, sus tragedias y los estragos que fueron sus vidas.
Y me conmueve y me ahoga saber, grabarme a fuego, que, en nombre del amor, lo mejor que puedo hacer por mis hijos, para evitarles todo ese sufrimiento, es nada.