Ayer, con clase abierta, fue el último día en el kinder de Alvarito.
Me pasó algo muy particular: salvo por una mamá que por esas casualidades de la vida conozco desde que éramos chiquitas, con el resto jamás había cruzado media palabra. Soy un aparato.
Supongo que fue por esto que no me tuvieron en cuenta para el regalo grupal para las maestras: ni sabían que existo. No me afectó en nada, para ser honesta, pero sí reconozco que a futuro voy a tener que hacer un esfuerzo, porque se trata del transcurrir de mi nene en su hábitat.
Parece que mi niño va a ser todo lo contrario a su mamá: cuando una me preguntó de quién era la mamá dije «De Álvaro», y automáticamente como 3 mamás al unísono dijeron «Ah, este es el famoso Alvarito!!!». Parece que sus compañeritos lo aman, y entonces cuando sus mamás les preguntan por los nenes del jardín siempre lo nombran a él.
Soy una naba, juro que se me llenaban los ojos de lágrimas.
Luego vino la parte de la actividad: en nombre de cada nene, había que pegar un deseo en el arbolito. El deseo de Alvarito fue «Paz, amor, felicidad y muchos juguetes para todos los niños del mundo». Poca cosa, no?
Las maestras les regalaron a los nenes unos caramelitos, así que con el Doc ya decidimos que el año que viene el planteo va a ser oficial a través del cuaderno de comunicaciones: Alvarito no come golosinas. Se imaginan que un odontólogo jamás puede permitir que su propio hijo se llene la boca de caramelos. Y de mi parte, sumo la Coca Cola a la lista de Dont’s.
Sé que vamos a navegar contra la corriente. Hasta mi hermana, con quien coincido en el 99.9% de los temas de crianza, en los cumples de mis sobris nos llenó de golosinas para mi pequeñajo.
¡Muerte a las golosinas!