La frase no es mía. La tomé prestada como todo lo que uno ve y oye en esta vida. La tomé prestada de este video que alguna vez también había compartido acá.
Y resulta que es cierta.
Con Alvarito puse mucho empeño en tener todo bajo control. En dominar a la perfección todos los aspectos de esta nueva etapa que estaba encarando en mi vida, que es la maternidad dedicada y plena.
Instalé rutinas, generé actividades, diseñé una estructura que nos contenía a todos como nueva familia. Fijé horarios y tomé decisiones junto a mi coequiper.
Decisiones básicas como a qué hora bañarlo todos los días, y decisiones trascendentales como la lactancia, el sueño y la escolarización. Sobre todos estos temas fui hablando en este espacio.
Y hoy me sorprendo. Hoy me encuentro tomando decisiones radicalmente opuestas a las que tomé en su momento. Hoy me encuentro más flexible, pero es una flexibilidad que necesito para poder seguir sosteniendo las cosas en las que creo de verdad.
Es increíble cómo cada niño es único. Es un re cliché. No estoy diciendo nada nuevo. Pero hoy ya no soy yo, dije por ahí. Cada uno de mis hijos tiene una mamá diferente. La que necesita. Y soy la mamá que necesito ser para darles a cada uno de ellos lo mejor.
Pobre Alvarito, que como todo primer hijo soporta estoicamente el proceso de learning by doing. Pero a la larga el resultado está a la vista: mis hijos crecen, superan etapas, y día a día me regalan sus mejores sonrisas antes de irse a dormir y al levantarse.
Aunque se me caigan de la cama, aunque me enoje sin razón y les pida perdón a los tres minutos, aunque los horarios tengan rangos de tolerancia de 30′, aunque no quieran comer, mis hijos siguen amando a su mamá y siguen creciendo sanos, fuertes y felices.
Es así. Imperfect is the new perfect.