Hace algunas semanas fue la «Semana del parto respetado», por lo que hubo un montón de información al respecto.
Personalmente, no tengo una postura muy radicalizada en relación con el tema del parto. Siempre prefiero el parto natural, entiendo que es en la mayoría de los casos la mejor opción para mi forma de ver las cosas, pero también soy absolutamente consciente de que no siempre se puede.
Tengo una fe ciega en mi obstetra y todo su equipo, y además sé en particular que ellos mismos son partidarios del parto natural aún en casos de complejidad. Pero en mi primer embarazo, por la forma en que se dieron las cosas, no fue posible. Había roto bolsa y el niño se había desencajado del canal, así que de forma poco riesgosa no había nada por hacer. El camino más adecuado era la cesárea y así fue. No me sentí menos madre, ni sentí una especial frustración, a pesar de que me había preparado para el parto normal.
En este embarazo el parto natural sigue siendo la primera opción, pero tampoco me niego a que si el equipo de profesionales que me atiende considera más viable la opción quirúrgica así será.
Creo en el progreso de las ciencias médicas, no le cierro la puerta al siglo XXI, y no me resisto a la institucionalización de la vida en sociedad. Si mis antepasadas no iban al sanatorio, parían de pie, o en sus casas, o etc., en mi opinión la medicina bien ejercida nos permite minimizar ciertos riesgos que redujeron las tasas de mortalidad de aquellas épocas.
Es mi opinión, basada en mi propia experiencia personal, no juzgo a nadie, y nadie debería juzgarme.
Con la lactancia me pasa algo parecido: tengo una idea muy clara de cuál es, para mí y para mis hijos, el mejor modelo alimentario: lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses y luego lactancia materna prolongada lo máximo posible, que en el caso de Alvarito se extendió hasta el año. Tengo profundamente estudiados los beneficios, y además con Alvarito los pude comprobar.
Respeto a quienes por las razones que sean basan la alimentación de sus hijos en opciones diferentes. Tampoco me gusta opinar sobre las elecciones en este campo, y odio cuando opinan sobre mí. Hemos tenido que soportar cuestionamientos varios del entorno sobre este tema, y gracias a este tema desarrollé la estrategia que mejores resultados me da en temas de maternidad: ante cualquier crítica, saco la mejor cara de naba que tengo (que es la que mejor me sale) y digo «Ah, mirá, no sabía» (lo recomiendo altamente, señoras mamás).
Después llega la polémica por el tema del colecho. Que sí, que no, que se malcrían, que se hacen mañosos, que desarrollan mejor la confianza y seguridad en sí mismos, que los volvés dependientes, que nos los sacás nunca más. Cada niño es único, cada familia es única, y por lo tanto no hay ninguna opinión que sea válida universalmente. Yo estaba 100% en contra, pero luego en determinadas situaciones descubrí lo bien que le hacía a mi bebé sentirse contenido y protegido por los brazos de mamá. Fueron momentos puntuales, y nada impidió que mi niño siguiera durmiendo toda la noche en su propia cama por regla general.
Otro tema: que si mamá trabaja, si se queda en casa, si se va todo el día, si está con el bebé 7×24. Si encima es mona, elegante y arreglada, o si se dejó estar y tiene miles de kilos de más. En fin, estamos las malas madres desapegadas y egoístas enfrentadas con las amas de casa con ruleros que no hacen nada y encima se quejan.
Lo que quiero decir con esto es bien claro: cierto tipo de decisiones, es decir las que no afectan temas de salud pública, deben ser tomadas puertas adentro en cada hogar y ni siquiera los pediatras deberían tener la opinión definitiva o concluyente. Cada familia sabe lo que considera mejor, y cada mamá sabe qué tipo de mamá quiere o puede ser (¡y qué tipo de mujer!).
Opinar sobre las elecciones, decisiones y posibilidades ajenas me parece de una mala leche tremenda. No digo que no lo hagamos, porque no lo podemos evitar aunque vivamos diciendo que aprendimos la lección desde que nos convertimos en mamás.
Pero tratemos de tener presente todo el tiempo la bronca que sentimos cuando otros/as nos critican, así no hacemos lo mismo a la primera oportunidad que tengamos.
Visto y oído: «Si los que me critican supieran lo que yo realmente pienso de ellos, me criticarían mucho más».

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