Apuntes de una rookie mom

Mamá de varones

Boys don’t cry

Los miércoles cuando salgo de la oficina corro una maratón tremenda para llevar a Alvarito a lo de su fonoaudióloga. Podría hacer que lo lleve su niñera pero realmente me gusta ocuparme yo. Hay tantas otras actividades a las que no lo puedo acompañar que este esfuerzo prefiero hacerlo. De todos modos reconozco que la corrida es frenética, y encima también me lo llevo al Queca para poder estar con él.

La cuestión es que hace unos meses hubo un día en particular en que Alvarito estaba tan cansado que lloraba porque no quería entrar. Nada grave. Lo miré a los ojos y le dije que si realmente no quería quedarse no había problema en que nos vayamos, pero que lo pensara bien porque siempre se divierte mucho y le gusta ir. Lo abracé fuerte y me dijo que estaba muy cansado pero que iba a intentar quedarse «porque Ale es muy buena y la paso bien». Se quedó. Le pregunté si estaba seguro y me dijo que sí.

Cuando finalmente entró, una mamá que esperaba a su hijo que estaba con una psicopedagoga que atiende en el mismo consultorio, me miró con asco y me dijo «qué fue tanto llanto». Respiré profundo y decidí (como casi siempre hago) no contestarle. No valía la pena, me dije. Y desde ese día, esa buena señora, que siempre está cuando nosotros llegamos, me retiró hasta la respuesta a mi «buenas tardes» de cortesía. Lo siento, allá ella. Los buenos modales son sagrados.

Desde ese día escucho sus bufidos de odio con los juegos y travesuras (con ruido incluido) que hacemos el Queca y yo mientras esperamos.

Y ayer pasó algo horrible.

El nene de esta mujer, en plena sesión con su psico, tuvo una crisis de llanto durísima. Con una angustia fatal. El dolor que se escuchaba en ese llanto realmente era demoledor. Ni idea de cuál había sido el desencadenante, pero la psico intentaba sacarlo de la crisis y no había manera. Hasta que medianamente lo logró, y entonces le dijo «vení, no te preocupes, acá está tu mamá esperándote». Zas! Ahí el nene se despachó a los gritos de angustia y todo lo que se entendió fue «Nooooo, no quiero saliiiiiiir, mi mamá no me quiere cuando lloooooooorooooooooo, me quiero quedar acáaaaaaaaaaa».

Entendí todo.

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Free will

Ayer cuando llegué a casa mis Minions piqueteros me estaban esperando para ir a buscar al Doc al consultorio, como todos los lunes. Pero yo llegué un poco más tarde que de costumbre, y cuando lo chequée al Doc ya estaba llegando a casa.

Cuando les dije esto a los chicos, uno propuso ir a esperarlo a la puerta del edificio, y el otro comenzó a presionar para sentarse a la mesa y comer (la mesa ya estaba servida).

Era incompatible satisfacer el deseo de los dos. Los diez pisos de diferencia hacían ambas pretensiones mutuamente excluyentes. Tampoco me planteaba como posibilidad dividir el team porque yo acababa de llegar y quería estar con los dos.

Temí por mi sistema nervioso. Y por mi estado zen.

Así que les propuse bajar a esperar a papá a la puerta del edificio como quería uno, con los platos de comida de cada uno, como quería el otro. Win-win.

Los vecinos me miraban y no lo podían creer, pero nosotros tres la verdad estábamos tan pero tan contentos que incluso cuando llegó Marian seguimos charlando un rato más en la puerta del edificio como si nada.

Siempre me gustaron los happy endings.

2015-10-26 19.50.04

 

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