Apuntes de una rookie mom

Mamá de varones

El que calla no siempre otorga

Sólo por hoy elijo el silencio. Hasta que decida qué hacer. En verdad, hasta que decida si es que voy a hacer algo.

Hace un poco más de un año, transitando alguna semana entre la 11 y la 14 de mi embarazo, fui maltratada, insultada y humillada por un señor «profesional» de la salud en un centro de supuesto renombre.

Algunos días más tarde cuando fui a buscar el resultado alguien había decidido equivocarse y diagnosticarle anencefalia a mi bebé.

Y cuando gracias al equipo profesional de excelencia que me atendió en mis dos embarazos, y gracias a todos los recursos que se volcaron a tratar de superar el estado de emergencia pudimos salir del «error», compartí en este espacio con dolor en el alma, lágrimas de cocodrilo en los ojos y tormento en el corazón la tragedia que había atravesado.

En este espacio. Que es mío. Que es para mí. Que está a mi servicio. Aunque si algo de lo que cuento puede servir para mejorar la vida de otras mujeres, mamás o en pos de serlo, de algo habrá servido. Es un efecto colateral.

Amo esta expresión. Efecto colateral. Sin connotaciones legales. Sin connotaciones médicas. Sin connotaciones.

Efectos colaterales son los pensamientos de los primeros cinco minutos de los últimos 409 días que pasaron desde que gracias a Dios se aclaró el malentendido y ya no tuve que interrumpir mi embarazo. Efectos colaterales son los pensamientos negros que me azotan incansablemente por no poder predecir cuánto de todo eso habrá absorbido y/o seguirá absorbiendo mi pequeño G desde que hace 411 días un embarazo debía ser interrumpido. Efectos colaterales son las veces que me pregunto cuánto de todo esto tendrá que ver con las pequeñas intervenciones a las que hubo que someterlo o la alergia que debimos superar.

Sólo Dios sabe. Hoy elijo el silencio porque me mandaron una carta documento para que calle. Porque no tengo ganas de hablar. Porque no tengo ganas de pelear una pelea más fuerte que la vida misma de mis hijos. Porque no estoy muy segura de a dónde quiero ir.

Hoy elijo callar porque así me lo exigen. Ojalá esa hoja de papel que me entregaron aquel día no hubiera dicho tantas cosas. Ojalá ese papel no hubiera hablado de lo triste que es no poder disfrutar la profesión. No poder ejercerla apasionadamente. No poder entregarse con alma y vida. Los que tenemos ese privilegio conocemos la diferencia.

Ojalá fuera más lucrativo todo eso que la hoja de papel del informe y la hoja de papel de la carta documento. Papel – papel. Nadie gana. A menos que todo el esfuerzo que tuvieron que hacer para averiguar quién soy y en dónde vivo, buscar un abogado y preparar una estrategia legal hayan servido para que este muchacho haya escuchado al menos una pequeña vocecita de alerta. A menos que le haya servido para reflexionar sobre el trato que reciben los pedacitos de vida que visitan su consultorio diariamente. Si se va a empezar a cuidar de maltratar gente porque sí. Si va a intentar, aunque más no sea por miedo, ejercer su profesión de manera más digna.

El que calla no siempre otorga. Hoy me callo. Quizás me equivoque pero no me sale otra cosa. Por primera vez en mi vida me siento cobarde y este es el fango al que llegué.

Hoy me callo. Pero a mí me queda una vida. Unas vidas. La mía. Las de cada uno de los integrantes de esta familia hermosa que estoy formando. Las de cada uno de mis hijitos. A mí me queda la vida.

La Paz sea contigo.

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