Ahora me doy cuenta. No sólo «Imperfect is the new perfect» (¿se acuerdan?). Perfect is the new imperfect.
No es una sola cosa. No se trata de algo puntual. Es una forma general de ver las cosas: un nuevo prisma.
Me acuerdo cuando allá lejos y hace tiempo estaba obsesionada, presionada, estresada porque todo el engranaje esté aceitado y funcione a la perfección. Me acuerdo cuánto de todo eso se lo trasladaba a Alvarito.
Soy perfeccionista, y así salió mi hijo mayor. Ya veremos qué pasa con el Queca… todavía estoy a tiempo de corregir.
Esta imagen es una página de un libro de Carlos González que hace unos 10 meses me llamó poderosamente la atención. Hoy, después de una conversación trascendental que tuve ayer, se me vino a la memoria.
Y pensé en estas dos ideas fuerza que tan bien describe. La primera es que «hay miles de formas igualmente correctas de criar a los hijos; y otros miles que, sin ser tal vez perfectas, son lo suficientemente buenas; y otros miles que vaya usted a saber si son buenas o no, porque no tenemos datos suficientes y hacemos los que podemos». Y la segunda es que «las madres tienen una tendencia natural a elegir las opciones mejores».
¿Por qué me planteo esto justo hoy? Porque, lo digo una vez más, soy perfeccionista. Y me arrastro a un ritmo febril para hacer todo lo que implica la perfección. Y ahí está la realidad para enseñarme una y otra vez que para aprender hay que equivocarse.
La tabla de talla y peso, la adquisición de habilidades según la edad, las destrezas esperables según el nivel de maduración, el desempeño social adecuado según el entorno. Cuántas palabras dice, hasta cuánto sabe contar, cuán brillante son sus respuestas, cuántos instrumentos tocan… Todas esas tablas con que las mamás y papás nos comparamos unas con otras y unos con otros y a las que recurrimos para exhibir a nuestros hijos como trofeos nos hacen daño. Lo que es peor: les hacen daño a nuestros hijos.
De nuevo: ¿Por qué me planteo esto justo hoy? Porque tengo que enseñarles a mis hijos que está bien equivocarse. Que hasta es necesario cometer errores. Que sólo se puede incorporar nuevas habilidades y destrezas si nos animamos a darnos unos cuantos porrazos. Que el papelón es un paso necesario para la autoaceptación. Que del bochorno casi siempre se puede volver.
Mis hijos necesitan que cambie el chip. Perfect is the new imperfect.
toma que gran reflexión! me ha parecido super interesante, es verdad, por qué tienen que aprender a equivocarse pudiéndolo hacer todo perfecto?
jajaja
Una vez @soleblogger me dijo que el perfeccionismo al extremo lleva a la inacción.
Y sí.