Alvarito crece. Su lenguaje corporal se desarrolla de manera cada vez más contundente, y entonces cada día es más auténtico encontrarle determinados parecidos.
Por ejemplo, es igual a Marian. Igual, igual, igual. Tiene hasta el mismo fisiquito. Y tiene mi mismo carácter (¡pobre de mí!): una determinación de acero, una tozudez sin límites, una ansiedad recalcitrante. Y todo con una enorme sonrisa.
Ahora resulta que el niño decide cada día a qué hora se va a ir a dormir y con quién. Elige. Exige.
Hasta ahora siempre soy yo la que comparte con él la ceremonia del sueño, a la hora señalada. Pero desde hace varios días comenzó a marcar claramente si su hora aún no ha llegado: se baja de la cama, y se va corriendo en busca de nuevos rumbos. Y si quiere que sea papá quien esté con él, lo marca sin lugar a dudas. Tanto que ayer me angustié pensando si estará enojado u ofendido conmigo.
Ya voy pintándome un panorama de cómo va a ser mi vida con este niño. En el mejor de los sentidos posibles, hace conmigo lo que quiere. Y sí.
Si te veo, amor,
del otro lado,
no voy a dudar,
todo lo que veo,
más todo lo que siento.
Si te veo, amor,
del otro lado,
yo voy a cruzar,
todo lo que tengo
es todo lo que intento.
La maternidad nos pone frente a situaciones que seguro nunca imaginamos antes. El mío también crece, y eso lo veo todos los días. Y tambén, en el mejor de los sentidos, posibles, hace conmigo lo que quiere. Sólo que trato que no se note…
Sigamos creciendo nosotras también junto a nuestros hijos!!
Beso
¡Cómo que no! ¡Que se note!
A crecer se ha dicho.
Besote!