Ayer tuve un día horrible. Infernal. Malísimo. Y, a decir verdad, no sabía por qué.
Si hubiera estado mirando por la ventana el devenir de mis horas, no hubiera entendido qué era lo que lo hacía enredarse tanto, pero tanto, tanto. Nada había pasado. Nada. Ni bueno, ni malo. Nada. Un día más.
Y sin embargo, ahí estaba este maldito día haciéndome sufrir.
Hasta que descubrí la razón de mi pesar: mi casa estaba de cambios. Y lo que me pasaba es que estaba angustiada. Sí, yo, angustiada. Y haciéndome cargo de que estaba angustiada.
La nanny que estaba en casa desde el mismísimo día en que llegué con Alvarito del sanatorio, la que conocía al pie de la letra todas mis manías e histerias (aun cuando de algunas no se hiciera cargo), ya no está con nosotros. La que se ocupaba de Alvarito a la perfección cuando yo no estaba, sin que yo tuviera que decir demasiado porque su función fue creciendo conforme nosotros fuimos creciendo como familia y como papás.
Hace 3 meses nos informó que se quería volver a su país de origen, así que con mucho tiempo por delante pudimos resolver con inteligencia el traspaso de mando. Durante un mes tuvimos en ejercicio a la saliente y a la entrante, y ayer era el primer día del nuevo mandato.
Circunstancias varias de la vida, que ahora no vienen al caso, me transformaron en un ser gélido y desapegado para lidiar con las pérdidas, así que no me había hecho cargo hasta el momento, pero la realidad es que aunque no me llevara especialmente bien con ella era una excelente nanny para mi niño.
Pero más allá de mí, con el paso de las horas descubrí que lo que me afectaba es que ésta había sido la primera pérdida de mi hijo. No es que él se haya dado cuenta, en realidad, pero el hecho es que su vida está atravesando el primer gran cambio.
Yo no tengo ningún tipo de registro de ninguna de las nannies que tuve en mi vida, así que no sé por qué siento que Alvarito pueda verse afectado, pero es lo que es y esto es lo que me dolió.
Qué locura. Cuántos sentimientos nuevos. Sufrir con el (supuesto) sufrimiento de mi hijo. Una especie de meta-sufrimiento. En fin. Así es el mundo de las mamás, supongo. ¿No?
yo les llamo días para tachar, pero pasan.
y es muy cierto lo que decís, una sufre demasiado de solo pensar en lo que les causa dolor a ellos.
Es tremendo. No me quiero imaginar lo que voy a sufrir la primera vez que vuelva del jardín con una piña o mordedura de un compañerito.